Desternillante artículo de Alfonso Ussía. Hay que conocer mucho y muy bien la vida parlamentaria para escribir esta pieza tan divertida y tan acertada.
EL ARTÍCULO DE USSÍA
Diario LA RAZÓN
Sábado. 5 de marzo de 2016
“DESDIPUTAR”
Después
de muchos años de profundos análisis he llegado a una conclusión que creo
positiva. Trescientos cincuenta diputados son muchos. Con 200 y una mayoría
absoluta de 101, los parlamentarios trabajarían mejor, intervendrían desde sus
escaños con mayor comodidad y no estarían como sardinas en lata. Por otra
parte, nada se perdería. Existen cinco modelos de diputados. Los dirigentes de
los partidos políticos; los portavoces; los representantes en diferentes
comisiones; los deambulantes sobre alfombras y los diputados de bar. Estos
últimos son también necesarios, pero no los pertenecientes al cuarto grupo, el
de los deambulantes sobre alfombras, cuya única misión es dar vueltas por los
pasillos que rodean al hemiciclo y captar la atención de los periodistas con
escasa experiencia. Después votan, claro está, y más de uno se equivoca con el botoncito.
El
diputado de bar acostumbra a ser dialogante y comprensivo. Gusta de tomar su
copa
en
compañía de los diputados de bar de otras formaciones. Y aprovecha su condición
parlamentaria para beber a precios más baratos que en los bares y cafeterías urbanas.
Los hay que al finalizar la sesión parlamentaria precisan de una carretilla
para ser depositados en las puertas del recinto. Nada que ver con los pálidos y
buscones deambulantes sobre alfombras, que se ocultan tras las cortinas y
cuando advierten la presencia de un joven periodista, hombre o mujer, aguardan su
paso, recechan hábilmente, y cuando el corresponsal pasa a su lado, le piden
una entrevista o le regalan una opinión: «Nuestro Grupo está unido. A ver si lo
reflejas con contundencia en tu crónica de mañana». «Perdón, señor, soy la jefa
de mantenimiento y estoy revisando los muebles deteriorados para proceder a su
renovación». Si se prescindiera de los diputados reambulantes sobre alfombras,
el Congreso pasaría de tener 350 representantes del pueblo a 234 como mucho.
Por ello, hay que seguir con la guadaña.
Los
34 sobrantes hay que buscarlos en el bar, pero no a las horas tibias y agradables
del aperitivo, el café o la copa vespertina. Se trata de un subgrupo muy
específico, el compuesto por los «diputados de prolongado desayuno». El
diputado de prolongado
desayuno
es, en número, más mujer que hombre. Una legislatura normal, de cuatro años,
principia con diez o doce diputados de prolongado desayuno, y finaliza con más
de cincuenta. Son parlamentarios desencantados, nada utilizados, de voz afónica
en los
plenos,
obligados a aplaudir y perfectamente prescindibles. Aborrecen a sus dirigentes
por no haber cumplido sus promesas personales. –Irene, serás la voz de nuestro
partido en asuntos de Defensa-. Y la
Defensa se la encomiendan a otro, alimentando en los interiores
de Irene una hoguera de resentimiento de muy complicada extinción. Normalmente,
el diputado de prolongado desayuno es proclive transfuguismo y termina el
período parlamentario sentado en el grupo Mixto, la ensaladilla rusa o macedonia
de frutas de nuestro hemiciclo. Un diputado de prolongado desayuno se aburre
tanto en el Parlamento que termina intimando con Joan Tardá.
Ya
tenemos 200 escaños para doscientos antifonarios patricios. Ahorro, efectividad
y mayor comodidad en el cumplimiento del mandato popular. Menos bofetadas para
ocupar un despacho con vistas a San Jerónimo, menos ordenadores, móviles y
dietas, y una superior armonía por aquello del trato personal y el ambiente de
colegio de pre-escolar que termina imponiéndose por la costumbre. Lo malo es
que con estos que han llegado últimamente, desde la del niño que mama y el de la
coleta a lo Paquita Rico, los recreos se pueden convertir en un suplicio. Pero
es objetivo a intentar. Urge «desdiputar» nuestra Cámara Baja. Demasiada gente.