Artículo de Cristina Coto (presidenta de FORO).
El encabezamiento de este
artículo podría servir como título de una nueva comedia con trasfondo político,
escrita cuatrocientos años después de la archifamosa de Lope de Vega. Y el
singular protagonista de nuestros días, que ni come ni deja comer, no sería
otro que Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, cuyo paso por la pequeña
historia merece un lugar destacado en el teatro de la política celtibérica. Voy
a repasar el guion.
Como consecuencia de su debacle
en las elecciones generales del 20-D, nuestro personaje era la encarnación viva
de un fracaso estratosférico, con los 90 escaños que representan el peor
resultado de la historia del PSOE desde 1977. Antes de dejarse cortar la cabeza
por sus compañeros o de resignarse al destierro de la calle Ferraz con los
suyos, que es lo que haría cualquier dirigente demócrata tras un fiasco tan
descomunal, se aferró como salvavidas al mantra del ‘que no gobierne el
ganador’ y comenzó una insensata huida hacia adelante. El objetivo no fue otro
que sobrevivir por defunción del adversario, y la táctica se basó en maquinar
operaciones de gran campeón del diálogo, no importaba con quién y mucho menos
importó sobre qué. Amparado en los medios de comunicación afines y utilizando
los trucos clásicos del marketing de las imágenes, comenzó sucesivas maniobras
para convertirse en presidente, sin importarle ofrecer el perfil de la
antítesis del gobernante que necesita España en estas circunstancias: un líder
que garantice estabilidad parlamentaria y un presidente con un programa de
gobierno bajo el brazo para superar la crisis de crecimiento y del empleo que
padecemos.
Pedro Sánchez obtuvo el primer
fruto de sus maniobras el día 2 de febrero, cuando recibió el encargo del Rey
para someterse a la investidura del Congreso, sin contar con los votos
necesarios para superarla con garantías en la primera o en la segunda votación.
Pero ya había superado varias semanas en sus objetivos de anular al ganador de
las elecciones y de supervivencia, sin que nadie le hiciera sombra, hasta el
punto de permitirse aquella ‘boutade’ de «España respiró aliviada con mi
designación». El ‘alivio’ de los españoles duró hasta el 4 de marzo y no hubo
sorpresas: Pedro Sánchez, con el apoyo siempre inquebrantable de Rivera,
resultó rechazado como presidente del Gobierno por una apabullante mayoría de
219 votos. Nunca había sucedido nada semejante en las once ocasiones anteriores
en las que Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María
Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se presentaron como
candidatos.
Todo hacía pensar que allí se
terminaba la comedia de la ambición de Pedro Sánchez para ser presidente, y se
abriría camino la posibilidad de que gobernara una coalición a la europea
encabezada por el partido ganador, pero nuestro personaje y sus acólitos,
inasequibles al desaliento, orquestaron otra maniobra construida sobre un
insostenible triple diálogo de papel, inviable en su propia concepción, pero
suficiente para servir de fuente nueva de protagonismo, cerrar el paso al
partido ganador, y sobrevivir personalmente unas semanas más, mientras el
congreso de su partido se aplazaba ‘sine die’.
Sobrevivir, siempre sobrevivir,
por encima de todo sobrevivir, aunque se hunda la economía y el empleo de miles
de españoles cuyo futuro depende del impulso político que suministre un
gobierno a la europea viable, respetuoso con las urnas, con un programa
reactivador, que es mucho más importante para Asturias y para España que los
nombres de los ministros que lo apliquen. La nueva maniobra, con ribetes de
opereta bufa, tuvo como escenario multitudinario el Congreso de los Diputados
el pasado 7 de abril. Otro mes ganado por Pedro Sánchez en su objetivo de que
no gobernara el partido ganador de las elecciones, pero otro mes más descontado
de su ambición imposible por llegar a presidente.
Es el resumen de una comedia en
tres actos cuyo desenlace era predecible tras los resultados del 20 de
diciembre. Primer acto, Pedro Sánchez exhibe eufórico el encargo regio de
someterse a la investidura como candidato a presidente del Gobierno. Segundo acto,
el Congreso de los Diputados en pleno rechaza con sus votos a Sánchez, que no
puede gobernar con su aliado Albert Rivera porque el pacto no suma diputados.
Tercer acto, Pablo Iglesias le espeta por enésima vez a Pedro Sánchez que no le
dará el apoyo si no le entrega como rehén al PSOE, rendido a su funesto
programa. Entre fotos en la
Feria de Sevilla y en el partido de rugby de Valladolid, el
Pedro del hortelano está consiguiendo que los ciudadanos en la calle percibamos
cómo se va deteriorando lentamente la incipiente recuperación que disfrutaba
España. La escena final es el Pedro del hortelano, que sabe que no gobernará
España con sus 90 escaños ni dejará gobernar a otro, en el ocaso de su gira
triunfal gritando a quien quiera oírle, como un Borgia resucitado, «O César, o
nada».
Todo esto está sucediendo ante
nuestros ojos. Nada desearía más que los españoles, mitad perplejos leyendo los
medios de comunicación, mitad decepcionados observando los comportamientos de
los partidos hegemónicos, hubiéramos aprendido la lección.
(Publicado en El Comercio el
22.04.2016)