El presidente del
Gobierno en funciones, Mariano
Rajoy, ha sido objeto de una broma radiofónica por la que un imitador del
president de la
Generalitat , Carles Puigdemont, consiguió hablar
con solo llamar telefónicamente a La Moncloa. No quiero imaginarme el disgusto de los
colaboradores de Rajoy por su impericia para filtrar convenientemente la
llamada.
Hace ya unos cuantos años, puede que treinta y muchos, el gran Pedro Ruiz tuvo un programa sabatino nocturno en el que también trataba de llegar telefónicamente a sitios y personajes insospechados. Lo meritorio de aquel programa es que se hacía en riguroso directo y se fiaba el éxito de la llamada a la pericia del polifacético artista. De aquella no existían los recursos técnicos de hoy en día lo que aumentaba el riesgo de fracaso que, en todo caso, nunca se producía porque en una intentona, por ejemplo, para hablar con Fidel Castro, la gracia quedaba en escuchar la conversación con una de las perplejas telefonistas cubanas o con alguien de la estricta seguridad del presidente cubano.
La broma de hoy, que Rajoy tomó bien, pudo tener mayor repercusión si el conductor del programa hubiese prolongado por más tiempo la charla y la conversación hubiese derivado en cuestiones de mayor calibre que la simple petición de una cita en
-"Como esta semana está el Rey en las consultas, según como dé el asunto, lo puedo llamar el lunes 25 y según como estemos fijamos una fecha. Tengo la agenda muy libre y lo podríamos dejar para 24 o 48 horas después".
No me agradaría ser víctima de una chanza con tanta repercusión y, menos aún,
que se extraigan conclusiones equívocas de la misma. España está en una
situación política de tanta incertidumbre que hasta el promotor de la broma se
asustó de su propio logro.