He visto esta noche El Puente de los Espías, gran película por lo que supone de recreación de una época
crítica -la Guerra Fría- que, medio siglo después, ha ido
diluyéndose en la memoria. De ahí el acierto del director Steven Spielberg
que, una vez más, consigue reflejar la atmósfera de la época e
introducir al espectador en una etapa en la que el mundo estuvo a
punto de saltar por los aires. El
protagonista principal de la película es Tom Hanks que interpreta el
papel de un abogado que defiende ante los tribunales norteamericanos
a un espía soviético capturado por la CIA al que libra de la silla
eléctrica y, posteriormente, consigue intercambiar retornándolo a
su país de origen. La historia es real.
Por supuesto que la película no llega, a mi juicio, a
la categoría insuperable de La lista de Schlinder pero tiene
momentos que dibujan nítidamemente la tensión y el horror sobre el
ser humano a cambio de su libertad. Es un tipo de filmes que me
gustan porque aprecio el esfuerzo para captar los pequeños detalles
y, sobre todo, por rememorar con fidelidad unos episodios históricos
que deberían ser objeto de estudio en los institutos y en las
universidades.
La escena sobre el puente Glienicke me pareció extraordinaria. Refleja el
primer intercambio
de prisioneros entre
Estados Unidos y la Unión Soviética que tuvo
lugar el 10 de febrero de 1962. En mitad del puente que dividía
Alemania Oriental y el Berlín
Occidental
los americanos liberaron al espía soviético coronel Rudolf
Abel a
cambio del piloto americano Francis
Gary Powers,
capturado por la Unión Soviética tras derribar su avión.